miércoles, 24 de enero de 2018

El crucero

Efectivamente, aquel enorme barco se movía mucho la primera noche y era complicado irse a la cama sin antes pasar por la máquina de Glitter, beber una cerveza australiana aunque estuviésemos en medio del Adriático y dar un paseo por cubierta.

Me gustó pasar por el pequeño pero trabajado campo de golf, parecía mentira que también aquello formase parte del trasatlántico, y que al lado hubiese una hamburguesería, y cerca tres piscinas. Aquella mole marítima tenía de todo, yo estaba impresionado, pero lo más importante: habíamos iniciado nuestras vacaciones, dejando a un lado opiniones ajenas y actitudes de quedar bien. Íbamos hacia Croacia con la intención de que nuestros rostros se fuesen arrugando muy lentamente, pasando tardes en puertos y basílicas, escuchando historias de Murano en cada cena aunque no tuviesen que ver con nosotros ni con Dubrovnik...

Viajar era una prioridad, viajar con alguien que era la paz mientras tú eras la guerra era montarse en un vagón del tren nocturno más misterioso, sin embargo estábamos sobre las aguas del mar, y al finalizar cada día, nuestro camarote era un nido de unión, carcajadas y despreocupación. Al fin y al cabo, el resto de cosas buenas, ya las teníamos.





miércoles, 17 de enero de 2018

Pierre

Pierre siempre tenía un regalo para la gente desconocida, incluso para aquellos que no solían percatarse de su presencia. Siempre mostraba firmeza y, si algo le inquietaba, sencillamente contaba hasta diez y al final de la jornada se desahogaba con su saco de boxeo.

Siempre había vivido en un pequeño barco, en el Sena, a orillas de la Isla de Cité. Por las noches, iba a hablar con las gárgolas que vigilaban la noche parisina desde la catedral gótica de Notre Dame. Las gárgolas siempre le causaron mucha intriga pero nunca le contestaron, claro, eran de piedra. También tenía regalos para ellas pero no tenía modo de acercárselos, a menos que escalase y se buscase un lío con las autoridades.

Pasaban los días y Pierre seguía trabajando por amor al arte, pues en el museo no le pagaban y él supervisaba todo y era el ser más amable que había pisado el Centro Pompidou. Nadie comprendía cómo podía vivir sin cobrar pero era un hecho. Trabajaba, entrenaba con su saco y limpiaba su barco.

Hace unas semanas, desapareció el barco y numerosas fuentes españolas afirmaban haber visto a Pierre en un centro comercial madrileño. Al parecer, iba vestido con un jersey burdeos de la firma ST Dupont y unos pantalones beige. Sin embargo, no ha aparecido su barco y tampoco hay ningún Pierre registrado en los últimos vuelos de París a Madrid.

En la mente de Jorge, amante de los relatos cortos, algunos con más sentido que otros, algunos con más realidad que ficcción, Pierre era una persona que le acompañó en largas tardes de Enero, aquel mes de 2018 en que mañanas con niebla contrastaron con algún mediodía soleado y repleto de sensaciones primaverales. Pero en general, frío y anécdotas sobre un amable y extraño Pierre.


domingo, 14 de enero de 2018

Perfectos imperfectos en imperfección perfecta

La licorería estaba abierta pero preferimos ir al hotel a darnos una ducha, al fin y al cabo iríamos a comprar bourbon tarde o temprano. Ella era de bourbon, y era de vodka con naranja, pero lo mejor de todo eran esas primeras carcajadas después de la tercera pinta de cerveza. Esas carcajadas no tenían precio, y mucho menos su sonrisa perfecta. Con una dentadura imperfecta, siempre dibujaba una sonrisa perfecta al terminar de reírse. Parecía cosa de ciencia ficción, pues aquellos ojos de ese azul cristalino te hacían ver más allá en ella, y su sonrisa lo corroboraba. Aquel ritual en su cara después de unos tragos, rozaba lo mágico. Por ello, yo bebía poco en aquella época, por aquello de cuidarme, pero siempre que lo hacía era con la joven rubia aficionada a las series de titanes despiadados.

Era pronto para beber según expertos, pero el sentido del lujo y nuestra pasión por él se avivaba cuando entrábamos en aquel local de madera plagado de pequeñas lámparas de luz tenue. Patrick y Kevin sabían qué deseábamos beber cuando nos adentrábamos en nuestra sede, en nuestro lugar de reuniones laborales, porque al final esos encuentros eran lo que eran: puestas en común sobre la oferta y la demanda en el sector del lujo. Día tras día, eso.

Mirado desde fuera, como si nos viese desde otros ojos, a saber cuánto tardarían en decirle el uno al otro lo que ambos sabían, pues aquello no generaba feeling, chispa o algo a definir con un término parecido; aquello era una hoguera que ambos saltaban, él cada día con los pies más cerca del fuego, y ella. saltando un poco más alto, temía romper los esquemas ya marcados en su vida personal.

Cada día era un baile maldito, un bello cruce de gestos e intenciones en que el fuego se hacía poderoso a pesar o, más bien, gracias a la complejidad que conllevaba el asunto. Eso hacía que cada día las expresiones fuesen sorprendentes y, con ello, el tacto más electrizante para ambos.