viernes, 23 de junio de 2017

El guerrero matinal y ella

Ojos de fuego, espalda sudorosa y un caminar veloz, aunque el calor fuese casi insoportable. Él sabía que tenía que cumplir su jornada y volver a casa junto a ella.

Gaztambide estaba a una hora caminando y la música de Arch Enemy y Jimi Jamison le hacían compañía mientras la ciudad se mostraba desértica frente a sus pasos. Esos cambios en los ritmos movían sus piernas, dosificaban y incrementaben energía en su cuerpo.

La mayoría de la gente aún dormía en sus hogares, en los parques, en las aceras, en los hoteles e incluso en los bares aquellos que habían terminado alguna que otra botella en compañía de amigos o compañeros de trabajo.

El objetivo del guerrero matinal era terminar lo antes posible su trabajo y volver a casa con ella. Y ella no estaba en casa, pues siempre la leía en su viejo ordenador. Su ordenador no le ordenaba la vida, pero ya era costumbre mirar el correo electrónico pasada la media mañana. Aquellos mails no tenían fin y no tenían que tenerlo, pues tenían contenido, sentimientos, ideas, proyectos e ilusiones almacenadas.

A la espera del reencuentro, el guerrero matinal no pensaba en la docencia ni en la hostelería, sólo pensaba en ahorrar para poder disfrutar un poco de su ciudad, de sus avenidas llenas de terrazas, de aquellas tiendas de ropa británica... No por ello dejaba de ayudar a los que tenía cerca, pues su vida no era vida sin amistad, y la amistad de sus amigos requería de algo más importante y menos vulgar que el maldito y necesario dinero: hablamos del tiempo, naturalmente.

Los días pasaban, el reencuentro se aproximaba y el guerrero matinal lo pensaba cada vez que pasaba al lado del ya cerrado Coppola, aquel local donde supo que ella era ella, y las sustituciones mentales sólo valían para engañarse a sí mismo.

Sus ojos ardían, y los ojos de ella ya eran de color fuego. La luz de las computadoras hacía que el hecho de citarse estuviese cada vez más cerca entre ellos. Ella lo ansiaba y él lo buscaba hace tiempo.