miércoles, 18 de mayo de 2016

1904 - 2016

Doscientas páginas después, creí ver el barco de vapor desde mi ventana. El piróscafo, pertenecía a la serie naranja de buques y era patrimonio cultural canadiense, pero por causas desconocidas se encontraba atracado en Bubble Ground, frente a la única casa que había en la isla: la mía.

Solté mi libro y bajé a ver si la imaginación me había jugado una mala pasada, pues últimamente dormía poco y con la medicación sufría algunas alucinaciones. El caso es que, al llegar a orillas de la isla, a unos ocho metros de la puerta de mi casa, allí estaba. Según me acercaba, escuchaba con más nitidez el sonido de unas turbinas muy antiguas, pero al detenerme donde al agua palpaba mis pies, esas turbinas dejaron de funcionar. El silencio era inquietante y, por cosas de la inercia, me di la vuelta para ver si había cerrado la puerta de casa. No, no lo había hecho pero, también por inercia, volví a darme la vuelta para seguir observando el buque. Allí estaba, pero navegando en silencio, como movido únicamente por el viento, y ya muy alejado de mí. Como todavía no había anochecido, veía su anaranjado color, haciendo gala a esa serie de piróscafos canadienses que nada tenían que hacer en Bubble Ground. También portaba la bandera de Canadá, y parecía no llevar nadie a bordo.

Volví a mi casa, alucinado, extrañado, sin saber si quería retomar el libro o hacer uso de mi lancha motora para contárselo a todos mis conocidos, afincados la mayoría de ellos en las Islas Cíes. Para mí, era algo difícil de asimilar: un buque de principios del siglo pasado, canadiense, navegando por Vigo, atracando, marchándose en silencio... Como pasaba horas y horas leyendo, desde que terminaba de comer hasta que cenaba y casi todos los días, sabía mucho de muchas cosas.






Solía medicarme: llevaba tomando unas pastillas para el tema de las cervicales varios meses. Y dichas pastillas, supuestamente, podían crearme alucinaciones a modo de efectos secundarios. En mi tierra natal, Stratford (Londres), no me había pasado nunca pero tanteé la posibilidad.

Decidí cerrar la puerta, subir a mi habitación, y coger el libro que había soltado en mi escritorio. Bajé con el mismo al salón, abrí el armario de los licores y me serví un whiskey irlandés, solo y sin hielo. Lo bebí de un trago, me senté en mi desgastado sofá orejero y abrí el libro donde lo había dejado: el nuevo relato, dado que era un libro de relatos cortos de varios autores, se llamaba "Bubble Ground es mi isla fantasma", y lo firmaba un tal Anonymous, con fecha 1904, y "escrito en sus viajes por el mundo".

Sin saber por qué, recordé aquellas pompas de jabón con las que disfrutaba en mi infancia y, al momento, desde el aire, vi que mi isla ya no existía y, por tanto, mi casa ya no existía. Sin embargo, no me sentí mal por ello, y sí en paz. Seguí mi viaje sin que nadie me viese, desde Vigo hasta Stratford, olvidando el barco canadiense. Desde el aire y sin alas, era interesante hacer viajes.

Al llegar al barrio de mi niñez, era casi de noche y, a muchos metros por encima del suelo, casi rozándome, millones de pompas y fuegos artificiales, ascendían y estallaban.