domingo, 14 de enero de 2018

Perfectos imperfectos en imperfección perfecta

La licorería estaba abierta pero preferimos ir al hotel a darnos una ducha, al fin y al cabo iríamos a comprar bourbon tarde o temprano. Ella era de bourbon, y era de vodka con naranja, pero lo mejor de todo eran esas primeras carcajadas después de la tercera pinta de cerveza. Esas carcajadas no tenían precio, y mucho menos su sonrisa perfecta. Con una dentadura imperfecta, siempre dibujaba una sonrisa perfecta al terminar de reírse. Parecía cosa de ciencia ficción, pues aquellos ojos de ese azul cristalino te hacían ver más allá en ella, y su sonrisa lo corroboraba. Aquel ritual en su cara después de unos tragos, rozaba lo mágico. Por ello, yo bebía poco en aquella época, por aquello de cuidarme, pero siempre que lo hacía era con la joven rubia aficionada a las series de titanes despiadados.

Era pronto para beber según expertos, pero el sentido del lujo y nuestra pasión por él se avivaba cuando entrábamos en aquel local de madera plagado de pequeñas lámparas de luz tenue. Patrick y Kevin sabían qué deseábamos beber cuando nos adentrábamos en nuestra sede, en nuestro lugar de reuniones laborales, porque al final esos encuentros eran lo que eran: puestas en común sobre la oferta y la demanda en el sector del lujo. Día tras día, eso.

Mirado desde fuera, como si nos viese desde otros ojos, a saber cuánto tardarían en decirle el uno al otro lo que ambos sabían, pues aquello no generaba feeling, chispa o algo a definir con un término parecido; aquello era una hoguera que ambos saltaban, él cada día con los pies más cerca del fuego, y ella. saltando un poco más alto, temía romper los esquemas ya marcados en su vida personal.

Cada día era un baile maldito, un bello cruce de gestos e intenciones en que el fuego se hacía poderoso a pesar o, más bien, gracias a la complejidad que conllevaba el asunto. Eso hacía que cada día las expresiones fuesen sorprendentes y, con ello, el tacto más electrizante para ambos.


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