lunes, 15 de mayo de 2017

Harley Crazyland y el desván

En aquella planta de la tienda, me perdía entre los cojines de eternos villanos y los cómics de dioses mitológicos. Aquel lugar, parecía hecho a medida para un fanático de mundillos ficticios como yo. Allí leía, imaginaba, fantaseaba y las horas pasaban volando a mi pesar, pues no quería que cada una de las tardes terminase. Allí no era juzgado por mis obsesiones, mi humor oscuro y tenebroso, mi adoración por personajes que, de ser reales, harían un caos de nuestra ciudad y, de hecho,  de nuestro planeta. Podía jugar con la destrucción, con los poderes de unos y otros, con las conversiones seres mortales a seres prácticamente inmortales.

El horario escolar no era largo, sin embargo a mí me parecía eterno. Cuando llegaban las cinco de la tarde, nadie me esperaría en casa hasta la hora de cenar, pues en la tercera planta de Harley Crazyland me esperaba mi mundo, el mundo que estaba hecho para mí, ese en que no daba explicaciones por matar a un robot diseñado para acabar conmigo, vivir enamorado de una psicóloga con tatuajes en la cara y meterme de lleno en el papel de un malvado gangster con ojos de fuego.


Cada día, me importaba menos el mundo real, los horarios de clase, comidas y descansos. Algunas noches, si conseguía dormir cuatro horas seguidas, era porque un sueño me había llevado a la tercera planta de Harley Crazyland, a aquel sofá chester color marrón obscuro, casi negro, al  final de la sección de magos y brujas, con un libro  de superhéroes salvajes sobre mis manos, y bajo la amenaza de dementores y el vuelo de algunos  hipogrifos de que allí querían sacarme. Todo ello era magnífico, era aterrador y era adictivo, era bello y era esperanzador para alguien que no veía interés  fuera de la ficción y sí aburrimiento en la rutina.

El día que debía llegar, llegó: Jimmy pidió a sus padres el único regalo que realmente quería. Tenía doce años y nunca había pedido nada. Pidió tener su propio cuarto. Aquello no podía ser pero el desván estaba muerto de risa y sólo había trastos inservibles. Jimmy se encargaría de adecuarlo como su sitio de trabajo, como un lugar donde escribir sus propias historias, fusiones de realidad y ficción: un habitáculo suyo para crear. Harley Crazyland sería su fuente de inspiración y el desván sería aquel refugio de aprovechamiento en noches de poco dormir. Se arriesgaba a volverse loco, también a ser un artista excéntrico, pero sus padres habían accedido y Jimmy no sería feliz fuera de allí o de Harley Crazyland.