miércoles, 21 de octubre de 2015

Las sillas y el sillón

"La niña" hizo todo lo que estuvo en su mano para impresionar a su jefe, a la persona que, por compasión, le había dado una oportunidad en su despacho. Sin embargo, poco a poco, todo fue cayendo por su peso. "La niña" no era ninguna niña, sino un hombre de cuarenta años con una voz bastante aguda. Todos sus compañeros le llamaban "la niña" y él, entre trampa y trampa, jamás lo supo. Él fue ascendiendo hasta donde pudo, nunca en sueldo pero siempre en ser lo que él y sólo él creía: persona de confianza de los altos cargos de la persona a quien quería demostrar sus aptitudes.

Una mañana, en el despacho de "la niña", había un papel que indicaba el final de ese hombre de cuarenta años dentro del bufete: todos sus compañeros habían pactado que debían acabar con él, y más claro que dejarlo escrito...

"La niña" hizo memoria de las personas que habían sido despedidas, fruto de las triquiñuelas de alguien que pagó sus frustraciones familiares dentro del ambiente laboral: enorme error. Así lo vio él en ese momento, pero el escorpión de la vendetta ajena y general recorría su espalda como un aguijón puramente venenoso y despiadado.

La última vez que "la niña" quiso acercar su mechero de medio euro al Montecristo del jefe, tuvo lugar precisamente ese día. La mesa de una persona que había ido ganando enemigos tenía un abrecartas metálico, un montón de papeles con extraños dibujos, un teléfono descolgado y medio cuerpo desplomado y esnsangrentado del empleado del mes. Tenía muchos cortes y una herida mas seria, perfectamente calculada. "La niña" no quiso conocer la cara de la venganza aquel día.





miércoles, 7 de octubre de 2015

Juego peligroso

Esa máquina tragaperras me llamaba desde hace días, pedía a gritos que cerrase el despacho y bajase al bar de Toni para reencontrarme con ella. Sus botones eran mi peor vicio, sus luces mi perdición y, los ruidos que hacía, mi debilidad. Hacía meses que podía hacerme cargo de los gastos obligatorios, meses en los que no era el moroso de mi comunidad de vecinos, pero llevaba trescientos euros en la cartera. Toni me esperaba con un vaso de ginebra y esa maldita máquina me llamaba, yo sentía que me llamaba. Cuando vuelva a casa, decidiré si ceno algo o vendo mi reloj al primero que pase con un escorpión tatuado en el antebrazo, tal vez a ese músico que suele ensayar con su batería en el garage del chalet que hay frente a mi casa.

Siempre pensé que, si viviese en Las Vegas, mi nocturnidad habría terminado conmigo o, por el contrario, con una buena noche habría comprado el Plaza y hubiese vivido de sus beneficios.