miércoles, 22 de julio de 2020

Jorge Loarte

Conforme se va acercando el final de este año, resumo la última década como una coctelera donde metí lo mejor y lo peor de mí mismo. En este blog, expuse buena parte de relatos que, entre ficción y realidad, mostraron la delgada línea que hubo entre mi yo motivado y mi yo desganado. Sin embargo, ganó lo primero y pude dedicarme a mi puesto como redactor en una web especializada en cine y música. Además de ello, afiancé varias relaciones con el mundo de las editoriales (para la publicación de mis próximos libros) y logré hacer de mis textos algo rutinario. Por ello, siento la necesidad de ir cerrando frentes a los que no podré dedicar tiempo. Me refiero a espacios donde me leéis pocas pero muy selectas personas, como este blog.

Este año, marca el final de la nostalgia y el principio de una aventura, espero que nocturna y llena de aguijones. Sin picaduras, esto sería muy aburrido.

Un abrazo a tod@s y salud,

Jorge Loarte


domingo, 14 de junio de 2020

El Virus


El virus tenía olor y era penetrante, tan intenso que James lo intuía pegado a las cortinas de cualquier establecimiento madrileño. Notaba cómo ese hedor estaba concentrado en los restaurantes, en las habitaciones de los hoteles, en los supermercados y en las tiendas de las gasolineras. No quería ni imaginar todo aquello durante los meses de febrero y marzo, mientras él estaba viviendo al otro lado del charco.

Cada día, el joven californiano se levantaba temprano e iba al Centro Chamberí, una residencia para personas psicológicamente tocadas debido al agresivo paso de la pandemia por España. Allí, visitaba a Marisa Meine, su profesora de español y su mejor amiga. Juntos, pasaban el día charlando, hablando todo el tiempo en español, viendo algunos programas de índole cultural en la televisión que había en la habitación de Marisa...

Marisa, era hija de un relojero alemán y una costurera madrileña y pensaba en lo mucho que habrían sufrido sus padres (de haber estado vivos) con el estado de alarma, el miedo a infectarse, el confinamiento… Además, ella acababa de superar el insect19, pero seguía recuperándose y dándole vueltas al mismo tema, cada día y a todas horas. La neumonía que la tuvo ingresada mes y medio no pudo con ella, ya que siempre había sido fuerte y jugaba a su favor el hecho de haber dejado el tabaco en los años ochenta, justo dos años después del mundial de Naranjito. A sus setenta y cinco años, Marisa podía contar que había ganado la batalla a un bicho que, durante meses, había aterrorizado a toda Europa. Aquel virus, se había llevado por delante a casi treinta mil personas solamente en el territorio español. Un porcentaje altísimo de esas personas, eran mayores de sesenta y cinco años. Sí, Marisa había mirado a la bruja de la guadaña a los ojos, escapando de sus hechizos, aferrándose al mundo de los vivos.


James se quedaría en Madrid hasta que su amiga y profesora dejase de pensar en el virus; todo el trabajo que había dejado por hacer en Los Angeles, lo retomaría teletrabajando desde la casa de Marisa, de la cual siempre tuvo llaves para sus largas estancias en España.

Las palmeras, el muelle y esos clubes ochenteros, estarían cuando James regresase al país de las barras y estrellas, a su costa, a su hogar. Ahora, era tiempo de aniquilar al insecto que acaparaba los pensamientos de Marisa.


domingo, 22 de marzo de 2020

Dentro

En tiempos de pandemia y paseos innecesarios, puedo notar que resistes. Respiras y vuelves a respirar, pues esto se trata de seguir respirando, siempre con la frente fresca y metida en tu habitáculo.


viernes, 13 de marzo de 2020

Rebelde (de obra y omisión)

Parece que fue ayer cuando decidí tomarme un tiempo casi obligado para recapacitar. En lugar de eso, saturé mi mente con objetivos que fui cumpliendo, desatendiendo por completo el hecho de hacerme preguntas a mí mismo pero sin dejar de desafiar a todos mis temores. Al fin y al cabo, el temor forma parte de un género que adoro y lo viví como una película.

Ahora que cesaron los truenos y Santa Barbara sigue siendo una buena ubicación para seguir de pie y dejarme llevar por las corrientes, algo me dice que respiraré cuando el manantial de mis alucinaciones derrame agua color rebeldía.

Solía creer que controlaba la agudización de mis sentidos pero he comprendido que funcionan en base a mis motivaciones y no hay nada que me motive más que sumar: la niebla es un aliciente para conducir, las violentas olas algo imprescindible para darme un baño y las tormentas lo idóneo para correr salvajemente.


Llegó ese preciso momento en que me siento imparable, aunque no esté complementado. Aprendí que, complementarme a la fuerza por pasar la página, sólo es echar ceniza en mi pinta. Sin darme cuenta, tragaba lo que no quería. Por tanto, ahora brindo conmigo mismo bajo el paraguas, admirando un cielo que se sitúa séptimo cuando atardece en ese polígono frente a la antigua fábrica grisácea.

Suelo volver a la estación donde descarrilaron los trenes de mi impaciencia, y allí solamente hay corazones rebeldes, sedientos de acción. Me impulsan a seguir despierto y no me hago de rogar; allí mismo formamos un escuadrón con el código de cero excusas. No nos conocemos y diría que los conozco de toda la vida. En el bolsillo de todos y cada uno de nosotros, hay un billete a la ola nocturna del reto y todo apunta a un revolcón inminente, tragando agua salada, ya que lo de magullarnos con el cálido asfalto se queda para otro momento.