jueves, 30 de noviembre de 2017

La Boutique del Arte

Era como entrar en un museo y, de momento, entrar en aquella boutique, era gratuito. Había piezas únicas, al alcance de pocos y selectos coleccionistas, pues quedaba reservado el derecho de adquisición.

Al entrar en La Boutique, me venían recuerdos de La Isla Misteriosa, de La Ciudad Flotante e incluso de Nantes, pero sobretodo aquel lugar me transportaba a aquellas noches de creatividad sin límite en que me salía solo aquello de escribir capítulos de mi próximo libro, diseñar un telescopio y tocar unos acordes con la vieja Jackson voladora del 81.

Arte estático, arte dinámico y yo rodeado de encendedores con personalidad, con la personalidad de quienes dijeron cómo debían ser. Arte parado, arte en movimiento y yo rodeado de plumas estilográficas que sin duda estaban destinadas a genios de la literatura.

El  reloj inglés de los años 30 había dejado paso a una reedición de sobremesa que tampoco nos dejaba de indicar que cualquier hora era buena para dejarse llevar por las melodías que despedía aquel gramófono del siglo XIX; el tiempo apremiaba y de hecho apremia dentro de La Boutique.




martes, 21 de noviembre de 2017

Ojos

El tema es que aquellos ojos de color tofi, me habían mirado con amor y ahora me miraban con extrema violencia, con sed de venganza, con ansia de aniquilarme, como cegados por el odio, y por mucho que echasen la vista atrás, veían cuentos rotos, cuentros destrozados, y yo era mirado como único culpable.

Durante meses, logré que volviesen a mirarme como yo creí que merecía y, mientras tanto, sin yo quererlo ni buscarlo, unos ojos color pistacho lograron que dudase, que proyectase mi camino en otras calles, en otros viajes, en otros proyectos.

Eran cuatro ojos que me miraban. Odio y amor, nostalgia y novedad, todo aquello me dedicaban aquellos ojos insertados en dos cráneos.

El tren de la locura no había llegado a la estación y, sin embargo, el escorpión de noviembre me seguía de cerca; por algún motivo no quería que yo me volviese loco siendo observado, ni imaginando que cuatro ojos podrían multiplicarse y clavar en mí más expresiones, más pasiones...





miércoles, 1 de noviembre de 2017

Summer Pumpkin

Olor a tierra húmeda, olor a inminente tormenta de verano, olor a final de verano en La Urba, allí donde comenzaron las imperecederas travesuras del "niño cabrón".

Veintinueve años después, los niños más revoltosos son adultos que guardan las formas cuando bajan a la piscina, pero el barrunto de que el peor de aquellos niños aparezca, genera cierta expectación. Evidentemente, el niño cabrón ya no es un niño, pero sus diabluras marcaron a muchos veraneantes a finales de los años ochenta.

Lo que es considerado como "el ya entrado otoño", en La Urba es "el final del verano". Comenzó a llover, pronto relámpagos y truenos se añadieron a la ceremonia y, al final del camino de piedras, justo a la altura del último bloque de la urbanización, sin inmutarse, allí estaba él. Había venido y traía consigo una maleta.

Aquellos balcones con barandas de madera habían sido los palcos de honor para todos aquellos que habían presenciado las maléficas hazañas del niño, y ahora el niño era un hombre y en el parche de su maleta ponía "Trick or Treat". El hombre cabrón no había venido a por caramelos, y nunca le había gustado el apodo con el que le bautizó La Urba en su infancia.