jueves, 7 de diciembre de 2017

Las brasas de mañana

Se cruzó en su camino la oportunidad de no ser un autómata y rápidamente recopiló todas las pautas a seguir para no tropezar. Tan pronto como las tuvo reunidas y anotadas en un papel, se dejó llevar por el impulso y la espontaneidad. Rompió el papel en muchísimos pedazos, tantos como opciones había de hacer las cosas a su manera, políticamente incorrecta tal vez, fuera de lo programado seguramente...

El tren que había pasado no era el del escorpión nocturno, tampoco el de un viejo león orgulloso, sencillamente era un tren cuyo faro central iluminaba las vías de una forma imponente, pero el único pasajero sabía que aquella máquina debía seguir sin él, estación tras estación.

El no pasajero se sintió atraído por el lujo, por aquellas noches en el Hobgoblin donde descansaba del elitismo en que se había sumergido pero al cual accedería sin cesar tras noches de camaradería y desahogo.

No sabía esperar a que los demás zanjaran sus negocios para emprender un nuevo viaje, de modo que, si el próximo trayecto significaba cruzar el charco y retomar el curso diez años después, primero pondría a salvo su salud mental, dejaría respirar a los demás y calmaría sus prisas y su agonía con un buen trago junto a la chimenea de un destino por conocer.




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