jueves, 7 de diciembre de 2017

Las brasas de mañana

Se cruzó en su camino la oportunidad de no ser un autómata y rápidamente recopiló todas las pautas a seguir para no tropezar. Tan pronto como las tuvo reunidas y anotadas en un papel, se dejó llevar por el impulso y la espontaneidad. Rompió el papel en muchísimos pedazos, tantos como opciones había de hacer las cosas a su manera, políticamente incorrecta tal vez, fuera de lo programado seguramente...

El tren que había pasado no era el del escorpión nocturno, tampoco el de un viejo león orgulloso, sencillamente era un tren cuyo faro central iluminaba las vías de una forma imponente, pero el único pasajero sabía que aquella máquina debía seguir sin él, estación tras estación.

El no pasajero se sintió atraído por el lujo, por aquellas noches en el Hobgoblin donde descansaba del elitismo en que se había sumergido pero al cual accedería sin cesar tras noches de camaradería y desahogo.

No sabía esperar a que los demás zanjaran sus negocios para emprender un nuevo viaje, de modo que, si el próximo trayecto significaba cruzar el charco y retomar el curso diez años después, primero pondría a salvo su salud mental, dejaría respirar a los demás y calmaría sus prisas y su agonía con un buen trago junto a la chimenea de un destino por conocer.




jueves, 30 de noviembre de 2017

La Boutique del Arte

Era como entrar en un museo y, de momento, entrar en aquella boutique, era gratuito. Había piezas únicas, al alcance de pocos y selectos coleccionistas, pues quedaba reservado el derecho de adquisición.

Al entrar en La Boutique, me venían recuerdos de La Isla Misteriosa, de La Ciudad Flotante e incluso de Nantes, pero sobretodo aquel lugar me transportaba a aquellas noches de creatividad sin límite en que me salía solo aquello de escribir capítulos de mi próximo libro, diseñar un telescopio y tocar unos acordes con la vieja Jackson voladora del 81.

Arte estático, arte dinámico y yo rodeado de encendedores con personalidad, con la personalidad de quienes dijeron cómo debían ser. Arte parado, arte en movimiento y yo rodeado de plumas estilográficas que sin duda estaban destinadas a genios de la literatura.

El  reloj inglés de los años 30 había dejado paso a una reedición de sobremesa que tampoco nos dejaba de indicar que cualquier hora era buena para dejarse llevar por las melodías que despedía aquel gramófono del siglo XIX; el tiempo apremiaba y de hecho apremia dentro de La Boutique.




martes, 21 de noviembre de 2017

Ojos

El tema es que aquellos ojos de color tofi, me habían mirado con amor y ahora me miraban con extrema violencia, con sed de venganza, con ansia de aniquilarme, como cegados por el odio, y por mucho que echasen la vista atrás, veían cuentos rotos, cuentros destrozados, y yo era mirado como único culpable.

Durante meses, logré que volviesen a mirarme como yo creí que merecía y, mientras tanto, sin yo quererlo ni buscarlo, unos ojos color pistacho lograron que dudase, que proyectase mi camino en otras calles, en otros viajes, en otros proyectos.

Eran cuatro ojos que me miraban. Odio y amor, nostalgia y novedad, todo aquello me dedicaban aquellos ojos insertados en dos cráneos.

El tren de la locura no había llegado a la estación y, sin embargo, el escorpión de noviembre me seguía de cerca; por algún motivo no quería que yo me volviese loco siendo observado, ni imaginando que cuatro ojos podrían multiplicarse y clavar en mí más expresiones, más pasiones...





miércoles, 1 de noviembre de 2017

Summer Pumpkin

Olor a tierra húmeda, olor a inminente tormenta de verano, olor a final de verano en La Urba, allí donde comenzaron las imperecederas travesuras del "niño cabrón".

Veintinueve años después, los niños más revoltosos son adultos que guardan las formas cuando bajan a la piscina, pero el barrunto de que el peor de aquellos niños aparezca, genera cierta expectación. Evidentemente, el niño cabrón ya no es un niño, pero sus diabluras marcaron a muchos veraneantes a finales de los años ochenta.

Lo que es considerado como "el ya entrado otoño", en La Urba es "el final del verano". Comenzó a llover, pronto relámpagos y truenos se añadieron a la ceremonia y, al final del camino de piedras, justo a la altura del último bloque de la urbanización, sin inmutarse, allí estaba él. Había venido y traía consigo una maleta.

Aquellos balcones con barandas de madera habían sido los palcos de honor para todos aquellos que habían presenciado las maléficas hazañas del niño, y ahora el niño era un hombre y en el parche de su maleta ponía "Trick or Treat". El hombre cabrón no había venido a por caramelos, y nunca le había gustado el apodo con el que le bautizó La Urba en su infancia.




lunes, 9 de octubre de 2017

Algunos nórdicos románticos

Escogidos por las valquirias tras caer en la batalla, aquellos guerreros vikingos que soñaron con servir directamente a Odín en el Valhalla, respiraron con más fuerza que nunca, pues aún debían remar en sus drakkars hasta Britania. Allí, donde habían decidido vivir hacía meses, les esperaban sus esposas, esposas que sentían lo mismo por ellos cuando regresaban de sus hazañas, pues el amor de aquellas escuderas nunca iba en descenso, sino todo lo contrario. En Lomya, que así es como apodaron al campamento que había tras las colinas cristianas de Lambgod, eran salvajes cuanto menos, también aventureros, pero gozaban del amor eterno de sus esposas, y ellos correspondían en las batallas, pues sus heridas tras los saqueos reflejaban el ansia de volver a ver a sus hijos y besar a esas mujeres que tanto enriquecían sus vidas. Cierto es que los viajes podían  resultar extremadamente peligrosos, pero ellos siempre volvían, pues Odín les esperaría comprensivo y orgulloso. Si algún guerrero estaba destinado a cenar con los dioses en el Gran Salón demasiado pronto, su escudera iría con él en ese viaje, pues el Valhalla les esperaba juntos. En Lomya, sólo había vikingos de un solo amor o de ninguno, y el ansia de volver siempre les hizo leales.












martes, 11 de julio de 2017

Los gatos suicidas quieren vivir

Cierto es que hubo dos veranos en que los gatos suicidas hicieron de nuestro barrio su lugar favorito para mostrarse destripados, fuese tras atropellos, peleando entre ellos a sabiendas de los desenlaces o alimentándose de lo más tóxico posible que encontraban en la basura.

Sin embargo, este verano pintaba diferente, e incluso los gatos tenían otra mirada y parecían ansiosos por vivir. Enseguida, nos vinieron a la mente las últimas tormentas, tan terroríficas como bellas y purificadoras. Mucha agua, mucho ruido y un final perfecto: la calma, el aire limpio y mininos totalmente apaciguados.

Nosotros también tomamos el verano como un reto para conseguir algunos títulos que se habían quedado como ideas en un tintero que hoy caía en el contenedor, ese mismo contenedor de donde entraban y salían productos tóxicos en años pasados por estas mismas fechas.




Seguimos en España, pero Inglaterra se deja querer, Francia no da señales de vida y Estados Unidos sigue encajando en algún momento de nuestro futuro. Tanto esfuerzo por estabilizar la mente y sentirnos bien con nosotros mismos tras esas carreras bajo la lluvia, parecen dar unos resultados excelentes.

Es posible que los gatos del barrio nos echen en falta, pero vendrán más tormentas de verano.


viernes, 23 de junio de 2017

El guerrero matinal y ella

Ojos de fuego, espalda sudorosa y un caminar veloz, aunque el calor fuese casi insoportable. Él sabía que tenía que cumplir su jornada y volver a casa junto a ella.

Gaztambide estaba a una hora caminando y la música de Arch Enemy y Jimi Jamison le hacían compañía mientras la ciudad se mostraba desértica frente a sus pasos. Esos cambios en los ritmos movían sus piernas, dosificaban y incrementaben energía en su cuerpo.

La mayoría de la gente aún dormía en sus hogares, en los parques, en las aceras, en los hoteles e incluso en los bares aquellos que habían terminado alguna que otra botella en compañía de amigos o compañeros de trabajo.

El objetivo del guerrero matinal era terminar lo antes posible su trabajo y volver a casa con ella. Y ella no estaba en casa, pues siempre la leía en su viejo ordenador. Su ordenador no le ordenaba la vida, pero ya era costumbre mirar el correo electrónico pasada la media mañana. Aquellos mails no tenían fin y no tenían que tenerlo, pues tenían contenido, sentimientos, ideas, proyectos e ilusiones almacenadas.

A la espera del reencuentro, el guerrero matinal no pensaba en la docencia ni en la hostelería, sólo pensaba en ahorrar para poder disfrutar un poco de su ciudad, de sus avenidas llenas de terrazas, de aquellas tiendas de ropa británica... No por ello dejaba de ayudar a los que tenía cerca, pues su vida no era vida sin amistad, y la amistad de sus amigos requería de algo más importante y menos vulgar que el maldito y necesario dinero: hablamos del tiempo, naturalmente.

Los días pasaban, el reencuentro se aproximaba y el guerrero matinal lo pensaba cada vez que pasaba al lado del ya cerrado Coppola, aquel local donde supo que ella era ella, y las sustituciones mentales sólo valían para engañarse a sí mismo.

Sus ojos ardían, y los ojos de ella ya eran de color fuego. La luz de las computadoras hacía que el hecho de citarse estuviese cada vez más cerca entre ellos. Ella lo ansiaba y él lo buscaba hace tiempo.




lunes, 15 de mayo de 2017

Harley Crazyland y el desván

En aquella planta de la tienda, me perdía entre los cojines de eternos villanos y los cómics de dioses mitológicos. Aquel lugar, parecía hecho a medida para un fanático de mundillos ficticios como yo. Allí leía, imaginaba, fantaseaba y las horas pasaban volando a mi pesar, pues no quería que cada una de las tardes terminase. Allí no era juzgado por mis obsesiones, mi humor oscuro y tenebroso, mi adoración por personajes que, de ser reales, harían un caos de nuestra ciudad y, de hecho,  de nuestro planeta. Podía jugar con la destrucción, con los poderes de unos y otros, con las conversiones seres mortales a seres prácticamente inmortales.

El horario escolar no era largo, sin embargo a mí me parecía eterno. Cuando llegaban las cinco de la tarde, nadie me esperaría en casa hasta la hora de cenar, pues en la tercera planta de Harley Crazyland me esperaba mi mundo, el mundo que estaba hecho para mí, ese en que no daba explicaciones por matar a un robot diseñado para acabar conmigo, vivir enamorado de una psicóloga con tatuajes en la cara y meterme de lleno en el papel de un malvado gangster con ojos de fuego.


Cada día, me importaba menos el mundo real, los horarios de clase, comidas y descansos. Algunas noches, si conseguía dormir cuatro horas seguidas, era porque un sueño me había llevado a la tercera planta de Harley Crazyland, a aquel sofá chester color marrón obscuro, casi negro, al  final de la sección de magos y brujas, con un libro  de superhéroes salvajes sobre mis manos, y bajo la amenaza de dementores y el vuelo de algunos  hipogrifos de que allí querían sacarme. Todo ello era magnífico, era aterrador y era adictivo, era bello y era esperanzador para alguien que no veía interés  fuera de la ficción y sí aburrimiento en la rutina.

El día que debía llegar, llegó: Jimmy pidió a sus padres el único regalo que realmente quería. Tenía doce años y nunca había pedido nada. Pidió tener su propio cuarto. Aquello no podía ser pero el desván estaba muerto de risa y sólo había trastos inservibles. Jimmy se encargaría de adecuarlo como su sitio de trabajo, como un lugar donde escribir sus propias historias, fusiones de realidad y ficción: un habitáculo suyo para crear. Harley Crazyland sería su fuente de inspiración y el desván sería aquel refugio de aprovechamiento en noches de poco dormir. Se arriesgaba a volverse loco, también a ser un artista excéntrico, pero sus padres habían accedido y Jimmy no sería feliz fuera de allí o de Harley Crazyland.

martes, 3 de enero de 2017

Parte de un diario vampírico

Tras un verano intenso, un otoño extraño y una cruda Navidad, he visto la botella medio llena y no medio vacía, tal vez porque aún puedo correr cinco kilómetros, puedo pasar por el portal 33 sin temor a una decepción y la posibilidad de trabajar en las mañanas puede convertirse en un hecho.

Mi tez sigue siendo muy pálida, mis ojeras han vuelvo a convertirse en hoyos morados bajo mis ojos, pero a pesar de todo mi mente ha vuelto a clasificar algunas metas.

Me sigue gustando la noche, no en el sentido festivo, sino en el de la inspiración literaria y el sabor de esos cuellos a los que sus dueños no pusieron bufandas antes de salir a pasear por las frías calles de Londres.

Sigo esperando mi  momento, como cada año antes de febrero, sí, me alimentaré sin miramientos, sin ningún tipo de piedad, y aquellos ascensores volverán a tener sus suelos manchados, pues la sangre hará pequeños, rojos y llamativos charcos.

Sin ningún respeto sobre la llegada de la primavera, éste será mi invierno. No dejaré de escribir sobre cada una de mis hazañas nocturnas, y en cada pequeño corazón de escorpión habrá una lágrima mía, pues habré saciado mi apetito a costa de quienes tuvieron la mala fortuna de cruzarse conmigo. No siempre fui así, y por ello son mis recuerdos de humano los que pasan de un simple gimoteo.


A partir de ahora, es el tiempo el que apremia y debo aprovecharlo, con prisa, con ansia, sin pausa, sin mirar atrás, pues cuando llegue la primavera mi instinto vampírico se reducirá al de un pobrecillo que no consiguió la dosis necesaria para sobrevivir un año más. El sol me cegará si salgo en busca de víctimas en el día, y el calor me derretirá los huesos si lo hago en la noche. Dependo de este invierno.