miércoles, 6 de julio de 2016

Tormenta, sangre y amor


Una de las últimas tormentas, me recordó que, aquel viaje a Florida en el 94, significó algo más que un toldo rajado por un rayo y el posterior susto de los transehuntes más cercanos. En las instalaciones del Grosvenor Resort, nos recordaron que no existía el piso trece porque cierta tormenta había descargado su furia en una de las terrazas de ese mismo piso treinta y dos años antes. Por tanto, en los pasillos y el ascensor, el trece ya no era el trece sino el catorce. Y catorce tormentas en el último trimestre, pasando por Madrid, Londres, Edimburgo, Cardiff y Dublín, son las que me dieron la inspiración necesaria y el empujón definitivo para escribir el por qué de mis cambios de humor. La furia de la tormenta era mi furia, los relámpagos eran mis cambios de expresión en el rostro, los truenos eran mis gritos despiadados a quienes lo merecían y a quienes no lo merecían y, por último, los rayos eran mis nudillos incrustados en aquella pared de cemento. Sí, siempre venía la tranquilidad a posteriori, y la terraza del piso trece, que en este caso era mi mano derecha ensangrentada, se dejaba sanar por quien no merecía mis truenos y quien no soportaba mis relámpagos como señal de un día obscuro. Aún así, ella lo despejaba, después de aquel fragor catapultado por mi incapacidad momentánea de freno. Mi mano sanaba, ella la curaba y, mientras conducía hacia mi casa, seguía curándome. Al llegar, escuchaba su voz radiofónica, pues su ajetreo pasaba por ocuparse de mi bienestar, escribir en casa y hablar en aquella vieja emisora del centro de Polaria, donde tanto ella como yo residíamos desde que teníamos un año. Sesenta años juntos y las cosas no habían cambiado: el resto de la semana eran días soleados siempre, pues en el portal 33 estaban prohibidas las caras largas. De no ser así, cada madrugada me vería obligado a caminar colina arriba para ver la variedad de colores que había tras la tormenta, los nudillos ensangrentados o una voz radiofónica que perdía a su más fiel oyente, fuera cual fuese el tema de esa jornada a través de las ondas.










lunes, 20 de junio de 2016

Bloggermente

Últimamente, veo blogs que llevan sin ser actualizados cerca de dos años y, sin embargo, el hecho de comenzar a seguirlos y, que sus autores vean un nuevo seguidor, es algo que interpreto como una posibilidad de que esos blogs sean retomados.

Muchísimos y, dado mi interés, son literarios, otros tratan de arquitectura, otros de cine...y veo grandes ideas en ellos, determinada minuciosidad a la hora de analizar obras pictóricas, muy buen gusto para escoger las imágenes que acompañan a los textos, etc.

Pasada la medianoche y, tal vez saboreando un bourbon con hielo, es un placer descubrir esos blogs, a la par que una sensación de impotencia al notar que mucho talento ha quedado paralizado. Pero como anticipé, no descarto que haya reencuentros entre autores y sus blogs.

Para gustos están los blogs y otra enorme cantidad de ellos me darán igual, pensaré que casi mejor que estén paralizados, pero el caso es que últimamente sigo muchos que me gustan, me dan ideas, realmente me inspiran sobremanera, veo cómo podrían ser continuados por aquellos autores, sea por lo que aportan a nivel informativo, por lo que cuentan de una manera fántástica, obscura, alegre, tétrica, bella, optimista, subjetiva, objetiva, pasional, decadente, dramática, romántica, descarada, agresiva, sensible, convincente, personal, original...






miércoles, 18 de mayo de 2016

1904 - 2016

Doscientas páginas después, creí ver el barco de vapor desde mi ventana. El piróscafo, pertenecía a la serie naranja de buques y era patrimonio cultural canadiense, pero por causas desconocidas se encontraba atracado en Bubble Ground, frente a la única casa que había en la isla: la mía.

Solté mi libro y bajé a ver si la imaginación me había jugado una mala pasada, pues últimamente dormía poco y con la medicación sufría algunas alucinaciones. El caso es que, al llegar a orillas de la isla, a unos ocho metros de la puerta de mi casa, allí estaba. Según me acercaba, escuchaba con más nitidez el sonido de unas turbinas muy antiguas, pero al detenerme donde al agua palpaba mis pies, esas turbinas dejaron de funcionar. El silencio era inquietante y, por cosas de la inercia, me di la vuelta para ver si había cerrado la puerta de casa. No, no lo había hecho pero, también por inercia, volví a darme la vuelta para seguir observando el buque. Allí estaba, pero navegando en silencio, como movido únicamente por el viento, y ya muy alejado de mí. Como todavía no había anochecido, veía su anaranjado color, haciendo gala a esa serie de piróscafos canadienses que nada tenían que hacer en Bubble Ground. También portaba la bandera de Canadá, y parecía no llevar nadie a bordo.

Volví a mi casa, alucinado, extrañado, sin saber si quería retomar el libro o hacer uso de mi lancha motora para contárselo a todos mis conocidos, afincados la mayoría de ellos en las Islas Cíes. Para mí, era algo difícil de asimilar: un buque de principios del siglo pasado, canadiense, navegando por Vigo, atracando, marchándose en silencio... Como pasaba horas y horas leyendo, desde que terminaba de comer hasta que cenaba y casi todos los días, sabía mucho de muchas cosas.






Solía medicarme: llevaba tomando unas pastillas para el tema de las cervicales varios meses. Y dichas pastillas, supuestamente, podían crearme alucinaciones a modo de efectos secundarios. En mi tierra natal, Stratford (Londres), no me había pasado nunca pero tanteé la posibilidad.

Decidí cerrar la puerta, subir a mi habitación, y coger el libro que había soltado en mi escritorio. Bajé con el mismo al salón, abrí el armario de los licores y me serví un whiskey irlandés, solo y sin hielo. Lo bebí de un trago, me senté en mi desgastado sofá orejero y abrí el libro donde lo había dejado: el nuevo relato, dado que era un libro de relatos cortos de varios autores, se llamaba "Bubble Ground es mi isla fantasma", y lo firmaba un tal Anonymous, con fecha 1904, y "escrito en sus viajes por el mundo".

Sin saber por qué, recordé aquellas pompas de jabón con las que disfrutaba en mi infancia y, al momento, desde el aire, vi que mi isla ya no existía y, por tanto, mi casa ya no existía. Sin embargo, no me sentí mal por ello, y sí en paz. Seguí mi viaje sin que nadie me viese, desde Vigo hasta Stratford, olvidando el barco canadiense. Desde el aire y sin alas, era interesante hacer viajes.

Al llegar al barrio de mi niñez, era casi de noche y, a muchos metros por encima del suelo, casi rozándome, millones de pompas y fuegos artificiales, ascendían y estallaban.







sábado, 23 de abril de 2016

23 de abril: lo mismo esto es el presente

Llueve en Madrid y desde el San Román veo cómo se mojan las rosas que hay junto a la pirámide de Ozores. También está el libro de "Jorge y su dragón", pues alguien se lo dejó olvidado en el jardín de la pirámide. Lo mismo fue el propio Ozores, o su socio Román San Jorge, que vive en el piso veintitrés de la pirámide, cuatro plantas por encima del primero mencionado.

Hoy no parece un día de Abril, pero tampoco importa: la lluvia sigue mojando las rosas, el libro no parece estropearse, mi coche está más limpio que nunca y la pirámide rejuvenece cada vez que caen gotas sobre su inmensidad. Mientras disfruto de unos mejillones en el San Román, hago balance de ventajas y desventajas correspondientes a mi salida definitiva del despacho. Lo mismo no es el momento de pensarlo, lo mismo ya no lo es nunca y ahora es tiempo de construir y dejar de pensar que mis proyectos son proyectos para un futuro lejano.

Hace un par de días hablaba conmigo mismo sobre el Viaje del Parnaso y la cantidad de años que han pasado desde que el manco lo escribió. Posiblemente, él no se lo pensaba dos veces: escribía.

¡Feliz día literario a todos!





domingo, 27 de marzo de 2016

Su mente movía montañas

Su mente movía montañas. Había soñado con trenes descarrilando, con payasos que asustaban a los niños en sus fiestas de cumpleaños, con mujeres que perdían anillos en el gimnasio, con padres que guardaban pequeñas maquetas de coches antiguos en gabardinas oscuras, con partidos de fútbol sin amonestaciones ni entradas a destiempo...

Convencido de sus sueños, aquel sábado de Marzo, entre que llovía un rato sin marcharse el sol y dejaba de llover volviendo a nublarse el cielo, mi vecino el del segundo recorrió las calles de  Bilbao bajo la atenta mirada de los dueños de los bares. Creyó ver al payaso esperando en la puerta de un colegio, y eso que sólo eran las cuatro de la tarde. Más tarde, vio a una chica castaña con ojos verdes que lloraba la pérdida de unas joyas, lo cual no le detuvo en su trote. Por último, escuchó algo extraño junto a la estación de tren, un sonido chirriante, muy alto, capaz de despertar a quien viviese por la zona y estuviese de siesta.

Cerró los ojos y se imaginó con su hijo en el circo, en aquel circo de Jacksonville, al otro lado del charco. Al abrir los ojos de nuevo, los trapecistas le habían hecho partícipe de la función y se vio en el aire. Cerró los ojos de nuevo, se imaginó en el suelo y, al abrirlos de nuevo, estaba en el suelo, pero con dos dientes menos y su hijo ayudándole a levantarse. Su mente movía montañas y, por ello, trató de concentrarse en que no le doliesen las piernas, los brazos, la boca...





jueves, 28 de enero de 2016

Setenta y siete entre valientes y cobardes

El barco de Uli Ross había atracado en alguna zona costera de Tanzania.

Tras varias semanas navegando por el Océano Índico, el capitán Ross decidió dar descanso a su tripulación. En aquel momento, muchos que le respetaban decidieron adentrarse en los manglares africanos, ignorando cualquier peligro inesperado, pero dando la espalda a pasar más días en alta mar sin saber qué les depararía el futuro más próximo respecto a las batallas pendientes. Tenían armamento suficiente, sí, y ciento cuatro cañones en el navío para poder lanzar metralla desde casi cualquier zona de aquel enorme barco. Pero el navío de Uli Ross estaba perseguido por seis capitanes pertenecientes a otros barcos, a otras agrupaciones de piratas, cuyos gerifaltes ansiaban precisamente el Thunder Ship.

Se decía que el Thunder Ship dominaba las aguas y retenía un poder inmenso frente al temido leviatán. Leyenda o no, el capitán Ross decidió seguir con cuarenta tripulantes más, pues los otros treinta y seis habían decidido huir y perderse entre selvas tropicales, con la esperanza de iniciar otra
vida.



Las aguas del Índico eran para tripulantes con las ideas muy claras, y en ellas estaba el hecho  de vivit día tras día saboreando una victoria o una caída a manos de un enemigo monstruoso proveniente de las profundidades marinas o de un contrincante que codiciaba desde siempre pisar y dormir sobre las tablas del envidiado navío.

Era tiempo de dejar la Costa del Escorpión Rojo y las alianzas no estaban de momento en la mente de Uli Ross, por lo que contaba cuarenta hombres y el atronador barco que debía pasar de ser poderoso a ser invencible.



martes, 19 de enero de 2016

Personas

Salieron del Tankard Pub de Walworth Rd y se dirigieron al metro de Elephant and Castle, donde James, Steve y Ryan debían coger la Northern Line a Old Street. George se despidió allí de sus tres amigos y caminó hasta Westminster Bridge, pues debía reunirse allí con Jack Marriott y zanjar el tema de los estamentos.

George había montado un negocio de canoas donde londinenses y turistas disfrutaban de practicar remo por el Támesis, en la zona de Hammersmith. Sin embargo, cometió el error de asociarse con Jack, quien ya quería mandar más de lo debido y esconder los lingotes de oro en los trasteros de George. Se trataba de los lingotes robados en los almacenes de Harrods, los mismos que Charles, un famoso empresario, había dejado allí para que su nieta los recogiese, con el permiso pertinente.

Liberty, la esposa de George, siempre le advirtió de los peligros que conllevaba trabajar con Jack, pues había hecho una exhaustiva investigación sobre la trayectoria de éste, por trabajo y por la propia protección a su marido.

Cuando George y Jack se dieron un apretón de manos, en un acto de simular cordialidad, porque ni eso existía y sí una fuerza en el propio apretón por parte de ambos, el reloj del Big Ben se paró. En aquel momento, dos amigos que no eran amigos ya, hicieron lo que tenían que hacer.

Con el tiempo, Jack se fue adaptando a la prisión Fleet Brixton y George fundó el equipo de fútbol Hammersmith Hammers, que con el tiempo se hizo un hueco importante en el panorama deportivo de Londres. El negocio de canoas fue llevado por Audrey, la hija de George  y Liberty, quien iba a visitar de vez en cuando a Jack, en nombre de una familia resentida pero con más valores de los que jamás mostró el recluso.